domingo, 27 de diciembre de 2009

Melilla Modernista

MODERNISMO EN MELILLA

Yo nunca me había parado a observar edificios, monumentos, figuras, estatuas…

Mi ciudad es Patrimonio de la Humanidad y nos deberíamos concienciar en que este patrimonio debemos cuidarlo, mi propuesta sería una mayor ayuda por parte del ayuntamiento de la ciudad para la reforma de edificios de gran valor cultural que la enriquecen.

Melilla posee gran cantidad de edificios modernistas siendo su máximo representante arquitectónico Enrique Nieto. Esto me ha interesado bastante y por ello mi redacción se va a centrar en el Modernismo que llegó a Melilla de la mano de este autor.

Despuntaba el siglo XX cuando Melilla comenzaba a vivir las consecuencias de los importantes cambios económicos, sociales y políticos que la estaban transformando. La creciente industrialización, que fomentaba el nacimiento y desarrollo de las ciudades modernas, influyó notablemente en Melilla, que se vio inmersa en una vorágine urbanística. Nacía una nueva concepción de la ciudad, una peculiar manera de entender un urbanismo poblado de racionalidad militar pero influido por las corrientes modernistas llegadas desde Cataluña.

Nacimiento del Ensanche Modernista. Tras varios proyectos aislados para intentar regularizar el trazado urbano melillense (Ensanche del Mantelete, 1888; ampliación del Barrio del Polígono y el Carmen, 1896; ensanche de Alfonso XIII, 1896), el ingeniero Eusebio Redondo planificó en 1906 un amplio espacio urbanístico en el centro de la ciudad. Era el principio del Ensanche de Reina Victoria, actualmente conocido como Triángulo de Oro. Dividido en manzanas rectangulares, el espacio adquiría unas formas similares a las del ensanche Cerdá de Barcelona; en él se desarrollaba una estructura de fácil acceso y comprensión, basada en la regularidad del trazado y en la ordenación urbanística.

El Modernismo, fue la gran corriente impulsora de la arquitectura melillense durante la primera mitad del siglo XX. Traído a Melilla por Enrique Nieto, el modernismo se asentó fuertemente en una ciudad que cayó rendida ante sus ornamentaciones floralistas. Melilla fue desde entonces promotora de un estilo que logró asentarse y progresar, revolucionando todo lo anteriormente construido en la ciudad.

Supuso la alteración de las líneas compositivas clasicistas y la imposición de una riqueza floral y figurativa que aún pervive en las calles melillenses. Plantas, flores, animales y rostros de mujer se adueñaron de las fachadas modernistas, en las que las gamas de colores marrones y cremas resaltaban los elementos decorativos.

El ritmo de construcción en Melilla en las primeras décadas del pasado siglo fue vertiginoso; todos, burguesía y clases humildes, querían participar de esta corriente, que a través del color y las ricas ornamentaciones lograba edificios singulares que destacaban por su particular belleza. El academicismo de Emilio Alzugaray, la inmaculada geometría de Manuel Rivera o la libertad creativa de Enrique Nieto se conjugaban en un mismo espacio.

Supuso importantes cambios económicos, sociales y políticos que la estaban transformando. La creciente industrialización, que fomentaba el nacimiento y desarrollo de las ciudades modernas, influyó notablemente en Melilla, que se vio inmersa en una vorágine urbanística. Nacía una nueva concepción de la ciudad, una peculiar manera de entender un urbanismo poblado de racionalidad militar pero influido por las corrientes modernistas llegadas desde Cataluña.

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